Soy
como esa herida que te marco aquel día en donde la noche se tornaba fría y
oscura. Donde tus pensamientos creaban una atmosfera de oscuridad y sombras. Las
palabras que de ti salían eran gritos de odio y desmedro. No entendía lo que querías
y odiaba que sea lo que peor. El día iba falleciendo en el sigilo de la soledad
y la agonía. Aquella noche se marchitaba la flor de la esperanza del volver a
tenerte entre mis brazos y se ahogo el deseo de volverte a ver una vez más.
Cuando lo inevitable se hizo presente el testigo del pasado me puso tras las
rejas de la soledad.
Nadie
sabe lo que sentí con ese adiós pero querían pensar por mí y obligarme a sentir
lo que a ellos le parecía. Cada quien lleva esa herida del pasado que no pudo
ser, del presente que se va y del futuro que nunca llega. Pero la herida no
eras tú ni yo sino el deseo muerto que se mecía en la silla del desinterés
diario alimentándose de la rutinaria vida que llevábamos. Lo cierto es que te
fuiste, lo incierto es que estas presente en pensamientos y en esa extraña
mezcla de pesadillas y sueños. Pero nadie puede saber porque las cosas pasan,
hasta que el tiempo te demuestra indicios vacíos del porque paso.
La rutina
acaba con una relación, pero no es el detonante de la crisis que esa separación
genera. Sino el apego emocional que liga y carga de tal forma hasta forzar al
destino que cuando ese lazo se corta ese peso cae sobre quien mas expuesto
estuvo, soportando el peso del amor, del seguir, del pedir. Pero todo no
termina ahí sino que empieza una búsqueda de identidad y cuando nos pasamos
tiempo buscando a fuera lo que no estaba mas que en frente nuestro y peor aun
en nuestro interior. Amor propio o propio amor es lo que uno encuentra cuando
se acaba una relación. Nunca tendríamos que perderlo o porque será que lo
perdemos…
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